En estos tiempos que vivimos escuchar la palabra esperanza es algo cotidiano y así reza el refrán “La esperanza es lo último que se pierde”, sin embargo, desde mi punto de vista la esperanza no es siempre buena consejera.

La esperanza es un estado de ánimo, que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.

La cuestión es por lo tanto que estoy deseando y que tipo de esperanza invade mi ánimo.

Tengamos en cuenta si en nuestra esperanza, en la resolución de lo que deseamos estamos nosotros implicados o no en ello.

Si la esperanza radica en esperar que los acontecimientos se resuelvan dependiendo de lo externo, la esperanza puede contener pasividad, carencia de toma de decisiones y falta de responsabilidad hacia lo que venga, todo esto te puede poner en una situación de sumisión o inferioridad ante la vida, ante los acontecimientos, mientras  espero a que acurran, y cuando la vida dispone en contra de tus deseos, esa esperanza se puede convertir en victimismo, frustración, rabia. En estos casos no solemos hacer autocrítica de la responsabilidad que puedo tener yo en ello, o cual era el grado o tipo de deseo puesto. Se nos olvida muchas veces que desear no lleva implícito conceder.

Sin embargo, cuando a las cosas les pones ilusión (viva satisfacción, placer en una persona, cosa o tarea (3ª definición de la rae), no a la ilusión como algo falso), el protagonista de lo que está sucediendo eres tú, tomas las riendas, pasas a la acción y de esta forma debes de responsabilizarte de los resultados, tanto para bien como para mal. Pones la esperanza en el deseo alcanzable de conseguir algo a través de tu esfuerzo, en todo el trayecto que dura intentar conseguirlo, no en el resultado final si ello depende de terceras personas.

Pongamos pues ilusión en todo aquello que hacemos, de ofrecer lo mejor que sabemos hacer en ese momento, y dejemos que la vida acontezca, tengamos pues la esperanza de que de esta forma lograremos aquello en lo que creemos sin depender de la esperanza de que simplemente ocurra, de disfrutar del camino mientras lo hacemos.

Y, sino lo logramos, pongamos la ilusión de volver a intentar otra cosa, asumamos la responsabilidad de seguir avanzando, sin culpar a la vida por lo que esperamos de ella.

 

No pierdas la ilusión, la satisfacción o el placer de hacer las cosas y obtendrás la esperanza del logró.

Gracias.